Por Israel Quiñones
Acaban de pasar los comicios en Venezuela. El oficialismo se ha alzado con la victoria en una reñida elección, en la que no solamente se jugaba la máxima magistratura de esta nación sudamericana, sino que, estaba en vilo la batalla cultural por la narrativa de la confrontación entre la derecha y la izquierda continental.
Nicolás Maduro ha sido señalado de distintas maneras de parte de sus opositores, la mayoría en el extranjero. Desde calificarlo como dictador, hasta represor militarista, es curioso, pues estamos viendo la misma estrategia utilizada por la oposición mexicana durante la contienda electoral que dio como ganadora a la Doctora Claudia Sheinbaum el pasado 2 de junio.
Lo que me resulta francamente inexplicable, es que presidentes, académicos o militantes de izquierda tomen como referencia los argumentos y la narrativa de las derechas. Estamos en un punto donde una democracia esquizofrénica se vuelve latente.
¿Si un pueblo vota por su favorito a ocupar la presidencia de un país, está mal porque no se trata de un relevo de rostro? Me parece que la democracia participativa no va siempre acompañada de una transición de personajes al frente de uno u otro cargo, lo que realmente debe de importarnos es que la población se una y sea parte de los comicios. Lo que es realmente importante, es la decisión de las mayorías en las urnas y que sea respetada, más por quienes no estamos ahí, ni sabemos de forma presencial la realidad que enfrentan millones de ciudadanos.
Desde las huestes del capital salvaje y la derecha más radical, la democracia sólo es válida si ellos ganan en los procesos electorales. Para estas élites empresariales y políticas, la democracia es plausible si ellos son los ganadores en cualquier clase de comicios; sin embargo, lo que ha quedado claro, es que las sociedades latinoamericanas están siendo vanguardia internacional, demostrando que la soberanía nacional importa.
Lo extraño de esto, es que algunos académicos y jefes de Estado que se dicen de izquierda refuten sobre procesos electorales en donde sabemos existe una batalla profunda, como lo es en el caso venezolano. Hagamos una comparativa: En Alemania, Angela Merkel gobernó 16 años seguidos, de 2005 a 2021 y no existieron voces, ni de derecha o izquierda que pusieran en duda su liderazgo o que le reclamaran que diera a conocer las actas electorales del proceso del que resultó ganadora; en Venezuela, la narrativa pone en duda la decisión del pueblo, habla de la ineficacia del árbitro electoral y le achacan a Maduro los años que Chávez estuvo al frente del país.
La democracia occidental es absoluta y valida, pues siempre se mueve en beneficio de los capitales neoliberales, en cambio, la democracia latinoamericana progresista siempre se pone en duda, pues ha demostrado estar en contra de privatizar su soberanía.
La dignidad de social es un valor que no cuenta con indicadores en la Bolsa de Valores de Nueva York. La democracia no siempre debe tener un Cambio de rostro, no es un requisito ético, ni teórico. Existe una especie de esquizofrenia democrática, impulsada desde los Estados Unidos, país que en el que su actual Presidente tiene mucho tiempo que no gobierna y en donde la oposición es la xenofobia encarnada en un empresario que quiere volver a ser Presidente.
La democracia es un valor de consenso, es donde la participación de todas y todos quienes conformamos un pueblo hacemos valer nuestra opinión. La palabra valor pierde peso cuando no está asociada con comercio o dinero; sin embargo, se trata de darle la potencia precisa para encaminar los esfuerzos democráticos en donde deben estar.
Potencia es la energía que convierte en realidad las posibilidades, por eso, el voto democrático es potente y la potencia la da la participación de todas y todos.
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