Por Israel Quiñones
Siempre han querido mantenernos con la cabeza agachada, la mirada al suelo, el ánimo derrotista. Siempre lo han querido; sin embargo, es tiempo de darnos cuenta de las características que nos hacen dignos de respeto y que se enarbole la grandeza histórica y cultural con la que contamos y hace de nuestro pueblo digno de admiración.
Sería hipócrita asumirnos como el mejor país del mundo o de América Latina, por ello, es necesario contemplar y asumir una responsabilidad autónoma e independiente ante los retos que significa el retorno de Donald Trump a La Casa Blanca, símbolo del poder político en Estados Unidos y que, al mismo tiempo, se ha querido denotar y connotar como el espacio del poder mundial.
Es tal la necesidad de exponer la capacidad gráfica en la expresión del poder que el evento de “inauguración” de la presidencia de Trump sobrexpuso en una transmisión mundial en la que, pareciera más importante el sombrero de Melania que cubría sus ojos o en su caso, las vestimentas que lucían las familiares del flamante nuevo Presidente de esta nación.
Entre amenazas de imponer aranceles, deportaciones masivas y apropiarse de nuevos territorios, Trump generó una ola mediática de miedo, de temor, exponiendo su labor meritocrática hacia los grandes capitales tecnológicos, permitiéndose la desregulación del uso desmedido de nuevas inteligencias artificiales que puedan manejar de manera indiscriminada la vida pública esto en a favor de la eficiencia gubernamental y de los procesos productivos.
Se supone que Trump llega al poder en su país, con la promesa de defender los derechos de los trabajadores estadounidenses; sin embargo, su principal objetivo recae en beneficiar de manera desproporcional a los más ricos, eximiéndoles de pagar los impuestos correspondientes a sus ingresos y pensando que, con el aumento de aranceles a las importaciones, se logrará sustituir el ingreso gubernamental que el pago de impuestos generalmente recauda. Está apuntando a un colapso financiero con tal de quedar bien con su clase, sin duda, Donald Trump demuestra conciencia de clase burguesa.
La nueva presidencia estadounidense, recarga sus esperanzas de gobernabilidad en la difusión de sus mensajes. Su fe en los medios y en las redes sociales es infinita, no le importa la posibilidad de fallar, sino que, el hecho de emitir su mensaje correctamente, le pueda proporcionar el apoyo social necesario para conseguir los objetivos que se ha planteado. Con una exageración de la xenofobia, el racismo y la discriminación, el régimen trumpista supone el control absoluto de la opinión pública, generando una especie de costumbre y aceptación a contenidos cada vez más derechizados al extremo, tal y como Musk se atrevió a dar un saludo nazi, pues el sentirse respaldado por su red X y todo el aparato mediático del gobierno estadounidense, le quitó cualquier duda de poder realiza esta felonía.
Es probable que la historia no juzgue correctamente la realidad de los acontecimientos que observamos en tiempo real y a la velocidad del internet. La desproporción informativa ha dejado claro que la historia la escribirán los que cuenten con mayor número de vistas y likes; sin embargo, es importante asumirse como sujetos críticos e informados, de manera en que logremos descifrar correctamente los mensajes que sistemáticamente absorben la voluntad audiovisual de la sociedad.
Es materialmente imposible rehusarse al uso y consumo de redes sociodigitales y los contenidos que por estas se difunden, el reto está en lograr generar un sentido común y analizar más allá de la velocidad con la que llega la información por medio de la red, lo que es y lo que no, lo que la realidad puede asumir como avance o como un detrimento de los derechos humanos, se trata de asumir que el colonialismo ha encontrado con Trump y su nuevo tecnogobierno, la mejor fuente de acumulación de poder.
Comentarios
Publicar un comentario